Se ha instalado la idea de que descansar es apagarse en el sofá mientras vemos Netflix o deslizamos el dedo por el teléfono.
La bióloga y terapeuta psicocorporal Lorena Cuendias, autora de Tu cuerpo sabe tu historia, sostiene que la desconexión entre mente y cuerpo se ha vuelto tan cotidiana que muchos confunden descansar con “desaparecer del mundo” frente a una pantalla. Para ella, vivir en piloto automático es el síntoma más extendido de una sociedad que evita sentir.
Cuendias, especialista en biología del trauma, explica que una gran mayoría de las personas permanece en modo supervivencia desde la infancia. Experiencias no procesadas, patrones aprendidos y vínculos tempranos condicionan nuestra forma de actuar mucho más de lo que creemos. El cuerpo, dice, es el primero en avisar: tensión muscular, taquicardia, rigidez, mira perdida… señales que solemos ignorar mientras insistimos mentalmente en que “todo está bien”.
La autora plantea que muchas conductas actuales —como el uso compulsivo del móvil, las compras impulsivas o la comida emocional— funcionan como anestesia frente al malestar. “Mientras estoy entretenida, no me escucho”, resume. El vínculo entre alimento y calma, por ejemplo, nace en la primera infancia y puede mantenerse en la adultez si no se desarrollan otros recursos para gestionar las emociones.
Para Cuendias, solemos reaccionar solo cuando llega un límite físico o emocional, a veces en forma de enfermedad. Ese punto de quiebre nos obliga a hacer lo que evitamos durante años: mirarnos de frente. Muchas mujeres, asegura, arrastran además el peso histórico de la “niña buena”: callar, complacer y adaptarse para pertenecer, incluso si eso implica desconectarse de su propio cuerpo.
La terapeuta recuerda que el trauma no es solo lo que ocurre, sino también lo que faltó: un abrazo, comprensión, seguridad. Esa ausencia deja huellas que moldean la postura, la respiración y la energía corporal. Por eso, sostiene, las rutinas y los hábitos —alimentación más natural, horarios estables, actividades que calman el sistema nervioso— ayudan a reconstruir una sensación básica de seguridad.
El gran obstáculo, especialmente en un mundo hiperestimulado, es que rara vez descansamos de verdad. “Desconectar no es tirarse en el sofá a mirar el móvil”, señala. El cerebro reacciona al contenido que consumimos como si lo estuviéramos viviendo, liberando sustancias que aumentan la tensión interna. El verdadero descanso, afirma, es pausar lo externo para escucharse: respirar, sentir y reconocer lo que pasa adentro.
Cuendias insiste en que conocer el impacto que la historia personal tiene en el cuerpo es un punto de inflexión. Una vez comprendido, dice, ya no se puede seguir viviendo igual: “Cuando entiendes lo que tu cuerpo ha cargado, empiezas a escribir tu historia desde otro lugar”.

